Retomando viejas costumbres que tenía ya
olvidadas, la prosa, que fue mi amiga en antiguas vidas pasadas. Pues la demora de su encuentro fijó el viento
en su contra, e hizo que tal espera valiera una mera pincelada.
Las nubes se abrieron y el sol comenzó a
derretir la estancia, ese hielo que impasible había permanecido durante tal
existencia tornó en revestir las miles de noches asoladas. La lujuria de la
fría soledad llegaba a su fin, pero no adelantemos historias, pues al menos, ésta,
merece ser contada.
Esa noche sentía el calor en las gélidas
aguas heladas, mi cuerpo se descomponía mientras la luna todo lo iluminaba. Era
triste mi mirada, y el reflejo de aquel cristal oscuro devolvía una mirada
encarnecida de dolor. Qué será lo que esconde esa mirada. Todos sospechan, pues
ella no muestra apariencia alguna, más que la de esclava. Pero no de otro ser
ajeno a ésta, sino de su propio pasado, que con garras de hierro la sujetaba
para que jamás dicho lastre abandonase. Más ese día comenzó la lucha, despertó
y gritó al mundo que su ofensiva había comenzado. Los visionarios incrédulos
seguían agasajando su pasado. Pero la guerrera no quería finalizar tal batalla
con un Zugzwang en su derrota.
El día llegaba y la noche tras él. Y no
lograba su desdicha eliminar para siempre de su ser. Fue entonces cuando en día
de lluvia evacuó sus sentidos, y no corrió en el universo nada más que sus emociones
frustradas por esa mano invisible que
tan sólo ella podía ver. Su cuerpo se llenó de luz, y con ella, la primavera
adelantó su llegada. Floreciendo en su cuerpo, los frutos de aquella noche en
que dijo: “fin”.
Y como vil resultado, en este caso para
su pasado, éste no tuvo más opción que postrarse ante la vencedora y entregar
su mano al grito de un Touché Madame,
Touché.